lunes, 26 de mayo de 2014

Europa como vocación


 
 

                      Europa como vocación

El habla cotidiana consiste en relacionar lo que está pasando con lo que pasó hace ya mucho tiempo. Por eso los que hablan de lo que se habla no esperan respuesta: ya la tienen. Ya lo saben todo desde hace tiempo. La historia suele regresar más que progresar. Progresar hemos progresado poco, solemos decir. Nada más típico entre los habladores que alguien deje caer aquello de “si ya se veía venir...” o “ya lo decía yo...”. Hablar de lo que se habla es hablar de lo que ya se cree saber. Las novedades no dan que pensar, dan que hablar porque confirman lo que ya se sabía o esperaba. Nada nuevo bajo el sol…
Pero alguien que siente una vocación en la vida no habla solo de lo que se habla. Habla también de lo que no se puede hablar porque no se conoce. Por eso lo suyo es el diálogo, el encuentro entre quien espera una respuesta y quien puede dársela. El futuro es el que da respuesta y el llamado es el adelantado a su tiempo, el que no se limita a sentir cómo pasa el tiempo pues el tiempo es, para él, una fuente incesante de novedades. Más que pasar, el tiempo viene. Venturosa o desventuradamente, todo viene a este mundo, todo trae, a su modo, una invitación a nacer.
Europa o es una vocación colectiva de los ciudadanos europeos o una palabra sin otro contenido que el económico y financiero. Si el escepticismo anti europeísta crece en el habla cotidiana, entre los que hablamos de lo que todo el mundo habla, uno se pregunta hasta qué punto los grandes partidos democráticos han despertado entre los ciudadanos el interés por el diálogo sobre nuestro futuro. Porque nuestro futuro solo puede ser el de los que no lo tienen. Éste es la respuesta que esperamos de Europa.

 Confia en ti
el futuro esta
en tu manos
se valiente.
Nada te turbe
nada te espante.

 

 

 
 

 
 

lunes, 19 de mayo de 2014

Voto por el futuro



Voto por el futuro
Esperar lo inesperado: esto es escuchar. Para poder escuchar tiene que haber, ante todo, alguien a quien escuchar o esperar, alguien capaz de dar una respuesta. Por eso escuchar, o esperar, no es una actitud adquirida, como enseñan quienes creen saber escuchar. Escuchar no es un saber que se pueda aprender. Si no hay alguien a quien escuchar, alguien que no se limite a repetir lo ya sabido, de nada sirve ese supuesto saber. Escuchar es responder a una revelación, a la revelación de un silencio que trae consigo la palabra. La trae a destiempo porque el que da la respuesta no es el presente cotidiano, que vivimos hablando de lo que todo el mundo habla. El que da la respuesta es el futuro, del que el verdadero presente es espera: espera de lo inesperado o plenitud de lo vivido, gozado o sufrido.
En estos días preelectorales me pregunto si queda alguien a quien escuchar, capaz de dar una respuesta. Todos los partidos nos recuerdan que el próximo día veinticinco nos jugamos el futuro. Porque el futuro de España es el de Europa. Pero los grandes partidos lanzan sus mensajes desde un presente desfigurado por la lepra de la corrupción. Y los pequeños partidos emergentes aprovechan esta lepra, a veces, como aves carroñeras. Juegan al despiste, como si ellos fueran incorruptibles, porque saben que no haber tenido tiempo para corromperse les da ventaja. El próximo veinticinco creo que no voy a votar a ninguno de éstos. Mi voto será por el futuro de los que, ahora mismo, no lo tienen y por el partido que mejor lo representa. Sólo de él podrá venir una respuesta a las miserias del presente, ésas de las que todo el mundo habla. No me convencen los que repiten lo que todo el mundo sabe. Espero un futuro diferente.
 

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El término democracia proviene del antiguo griego (δημοκρατία) y fue acuñado en Atenas en el siglo V a. C. a partir de los vocablos δμος (dmos, que puede traducirse como «pueblo») y κράτος (krátos, que puede traducirse como «poder»).  Es decir. El poder es del pueblo. Por lo tanto; como nos lo han usurpado, somos esclavos de un abuso de poder.

 

lunes, 12 de mayo de 2014

El milagro de estar vivos


 
El milagro de estar vivos
De alguien que ha sobrevivido a un grave accidente solemos decir: “está vivo de milagro”. Lo decimos espontáneamente, como a quien le sale del corazón. Y es que del corazón salen siempre las verdades más claras, más reveladoras. Estar vivo, simplemente eso, estar, ser, existir: he aquí el milagro. Uno de nuestros poetas, Jorge Guillén, nos lo recuerda: Ser, nada más. Y basta./Es la absoluta dicha.
Claro que nadie está vivo porque sí. “Porque sí” se puede morir: basta un instante, un accidente absurdo, para estar muertos. El milagro de estar vivos tiene una explicación. Todos los milagros la tienen o la tendrán un día y no por ello dejarán de ser milagros. Si otro no nos hubiera prestado los primeros auxilios, si no nos hubiera llevado al hospital, si no nos hubiera puesto en manos de los expertos, si no hubiera estado a nuestro lado día y noche, si no nos hubiera recibido de nuevo en el mundo con una caricia, no estaríamos vivos. Sin amor no hay milagros, no hay dicha de existir.
Y no creamos, por cierto, que el milagro de estar vivos tiene lugar solo cuando alguien vuelve a nacer. También sucede cuando alguien sabe -o lo saben los demás- que no volverá a nacer. Solemos sentir fácil compasión del que ya no volverá a caminar, a ver, a disfrutar de sus facultades. Del que vivirá solo unos pocos días más atado a una cama. Y, sin embargo, su vida tiene el mismo valor que la mía, que la tuya. Tiene el valor eterno del ser, del estar ahí. Lo más grande que un ser humano puede hacer por otro es no hacer nada en especial; solo estar ahí, en silencio, en compañia.



5El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; 6de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche.
7El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; 8el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por siempre. Salmo 120.
                                          y…de su interior correrán ríos de agua viva."                                                         


















                                            
 

 
 
 
 

domingo, 4 de mayo de 2014

Basta una caricia.


Basta una caricia.

En algunas parejas, cuando muere uno de los dos, el otro le sigue a la muerte poco después. Eran realmente una sola carne, más que una sola piel. Por eso, para ellos, la muerte ha sido casi una y la misma. Y, aunque no lo haya sido, no por ello deja de serlo la vida.
Una vez le pregunté a mi amigo Jesús Fonseca:
-¿la habrás querido mucho?
Y él me respondió:
-lo que yo haya podido quererla es lo de menos. Lo que sentí, empero, cuando la perdí fue que nadie me podría querer ya como ella. Ella fue para mí la respuesta definitiva a mi pregunta de toda la vida.
La mayoría se pregunta por lo que será de su vida cuando muera su muerte, la suya propia. Nos moriremos como hemos vivido: sin la respuesta que sólo puede conocer el que se ha sentido vivo. Porque una cosa es vivir; otra, saberse vivo. La fórmula de la diferencia es el secreto descubierto por los poetas, la que se nos revela, por ejemplo, en un poema de José Luis García Martín, recreador de Paul Eluard:
Basta una caricia
Para que el mundo brille en todo su esplendor.
Basta un pájaro
Para que el viento y el día tengan alma
Basta una noche
Para que la oscuridad se llene de infinitas luces.
Basta tu nombre
Para que todas las cosas hermosas tengan nombre.
Basta el amor
Para que Dios exista y nos sonría.
No es casual, por cierto, la elección del lugar donde Jesús de Nazaret revela su respuesta a la pregunta de toda una vida. Betania es un lugar propicio para la amistad. Allí tendrá su efecto el signo de la resurrección porque el amor, para alimentar sueños, necesita alimentarse de realidades concretas, detalles, signos, respuestas sin palabras.
                ÉSTA ES LA HORA PARA EL BUEN AMIGO.
Hora en que arrullas, Cristo, nuestra vida
con tu amor y caricia inmensamente
y que a humildad y a llanto nos convida.